EL SASTRE DE WITTGENSTEIN
“En épocas diferentes –escribió Wittgenstein- se juegan juegos diferentes”. Por cierto, si tenemos en cuenta los juegos que yo practico, ¿a qué época dirían ustedes que pertenezco? Wittgenstein acude al sastre y observa cómo éste, un buen sastre, ante la necesidad de corregir la hechura de un traje, en lugar de exclamar “Correcto” o “Déjelo como está”, se limita a hacer una marca de tiza y luego, más tarde, procede a arreglarlo. Después de esto, Wittgenstein se pregunta: ¿y cómo muestro yo mi aprobación al traje? Pues muy sencillo: sobre todo poniéndomelo a menudo, gustándome enseñarlo, etcétera. Pienso en todo ello mientras intento encontrar la ubicación (física) del Medialab Madrid. No es broma. Unas gradas desordenadas y un escenario enorme impiden, en el patio del Conde Duque, el acceso a determinadas dependencias. Ni los guardas jurados ni los funcionarios municipales saben indicarme correctamente. Cuando por fin encuentro el laboratorio, éste está vacío (hoy es domingo) y me dedico a fotografiar la ¿exposición? y ciertos detalles de la misma. Vínculo-a (políticas de la afectividad, estéticas del biopoder). Y pienso: encerrados en una habitación con un solo juguete. Y, a continuación: net-art, de Vuc Cosic al binomio Jodi (Dirk Paesmans y Joan Heemskerk) pasándo por el índice Nasdaq. Desenlace: Internet, sí, como lugar de “ocupación”, pero, como bien señala Jesús Carrillo, profesor de Historia del Arte de la UAM, “no por su especificidad neomediática –como imaginaban los pioneros del arte en la red de los noventa- sino, contrariamente, por ser uno de los lugares prioritarios en que se producen hoy en día los procesos de invasión del imaginario, de disciplinamiento de los cuerpos y de explotación del trabajo”. Imprescindible, para entender o arreglar el traje, el concepto foucaultiano de “biopoder”. Un sujeto, atravesado por flechas certeras, las relaciones de poder, concebido y producido por ellas. La vida, regulada, como objeto administrable. Todo ello muy útil, tremendamente útil, infinitamente útil. O eso opinan, al menos, los entendidos en estas cuestiones. Y luego, pasado el susto de este descubrimiento, para bien y para mal, nuestros afectos. Perfectamente tipografiados en esa pantalla de web art de Young-Hae Chang que nos dice primero hola y luego nos dice te quiero. O, mejor dicho: “creo que te quiero”. (Aunque, ¡cuidado!, podría tratarse de una estafa). Por lo demás, el aparato teórico y el resto de las obras pueden saborearse también con suma delectación. ¿Por qué no? Mientras luchamos o compartimos relaciones de poder siempre podremos hacer un alto en este Vínculo-a. Eso sí: mientras el (bio)cuerpo, o el biopoder, aguante.
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